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    Fordlandia el sueño amazónico que Henry Ford no pudo realizar

    Era 1927. Ford quería su propio suministro de caucho, y decidió obtenerlo tallando una plantación y una ciudad industrial en miniatura del Medio Oeste en la selva amazónica. Se llamó “Fordlandia”.

    Como empezó la historia 

    En la década de 1920, la cuenca del Amazonas estaba en ruinas. A fines del siglo anterior, la región se había beneficiado de un monopolio de la producción mundial de caucho, la creciente demanda y el fácil transporte a través de las aguas navegables del río Amazonas.

    Las ciudades a lo largo del río se habían llenado de nuevos residentes que buscaban fortuna y habían llenado sus calles con opulentos edificios nuevos. Belem, en la desembocadura del río, se convirtió en el puerto más activo de Brasil; río arriba, Manaos se hizo mundialmente famoso por su decadente Teatro Amazonas. Pero en 1928 ocurrio algo que pudo cambiar su historia.

    En 1928, el norte de Brasil quedó cautivado por una atractiva noticia. Los residentes de la región estaban a punto de recibir un nuevo visitante, un hombre que llegó con la promesa de reactivar su debilitada economía y presentarles una forma de vida completamente nueva: Henry Ford.

    Henry Ford el prestigio del magnate estadounidense como líder industrial era universal, y no sólo por ser uno de los hombres más ricos del mundo, ya que su nombre evocaba la promesa de una deslumbrante revolución tecnológica a la manera que mucho más tarde lo harían personajes como Steve Jobs.

    A los 39 años había fundado la Ford Motor Company, que se convertiría en una de las compañías más grandes y rentables del mundo.

    Había patrocinado el desarrollo de la técnica de producción en cadena que le ayudó a fabricar en masa el primer automóvil que la clase media podía pagar, y a transformar los carros en un medio de transporte práctico que tendría un profundo impacto en el futuro.

    La idea que revolucionó las fábricas

    El secreto del vehículo estrella de Ford, el Modelo T, era poder ser producido más rápido que nunca antes.

    Tras todos esos logros, a los 65 años de edad, estaba listo para darle el banderazo de partida oficial a un proyecto faraónico que plasmaría su nombre y sembraría sus ideas en una tierra salvaje: la fundación de una ciudad estilo estadounidense en el estado brasileño de Pará.

    En el Amazonas

    En ese momento, la selva brasileña había dejado de ser lo que fue desde 1879 hasta 1912, cuando controlaba el comercio de caucho en una época en la que ese oro gomoso gobernaba el mundo.

    Las industrias de América del Norte y Europa eran insaciables, y los árboles Hevea brasiliensis, originarios de la cuenca del Amazonas, crecían silvestres en la selva tropical guardando en sus troncos un látex lechoso que producía el caucho de más alta calidad del planeta.

    Desde el río, tras navegar en medio de la selva, Fordlandia puede parecer como una ilusión óptica.

    Pero el explorador Henry Wickham logró llevarse miles de semillas del preciado árbol, con las que eventualmente se pudo hacer lo que nunca se había logrado en la selva amazónica: tener una plantación de Hevea brasiliensis.

    Para 1928, la región del Amazonas -que en el pasado producía el 95% del caucho del mundo- satisfacía apenas el 2,3% de la demanda global.

    La noticia de que Henry Ford llegaba a reactivar la maltrecha economía y presentar una nueva forma de vida no podía ser más bienvenida por los residentes del norte de Brasil.

    El nuevo imperio contra los antiguos

    Por su parte, el magnate estadounidense había tramado su plan con la intención de producir su propia fuente de caucho, necesario para fabricar neumáticos y piezas de automóviles como válvulas, mangueras y juntas.

    En la década de 1920, la Ford Motor Company controlaba prácticamente todas las materias primas que utilizaba para hacer los autos, desde el vidrio hasta la madera y el hierro.

    Pero el caucho estaba controlado por los europeos que los producían en sus colonias, y a él no le caía en gracia que fueran ellos los que fijaban los precios.

    Es por eso que hace 90 años, dos buques mercantiles cargados con equipamiento y mobiliario navegaron por el río Tapajós, que era la única vía de acceso para llegar a los 110.000 kilómetros cuadrados en los que, poco después de que atracaran, se fundaría Fordlandia.

    “No iremos a Sudamérica para ganar dinero, sino para ayudar a desarrollar esa tierra maravillosa y fértil”, declaró Ford en 1928.

    La visión de Ford

    Sin embargo, Ford no era sólo un hábil hombre de negocios; era también famoso por sus ideas.

    Por un lado, era uno de los más destacados antisemitas de su época, y lo dejaba claro por medio de su periódico y otros escritos, así como en sus reglas respecto a los judíos que trabajaban en su dominio.

    Por otro lado, se le atribuye algo conocido como el “fordismo”, que es descrito como la producción en masa de bienes económicos junto con altos salarios para los trabajadores.

    Efectivamente, en 1914 -por ejemplo- había proclamado que todos los trabajadores de Ford recibirían un salario diario de US$5, el equivalente de US$126 de hoy, doblando el salario mínimo de entonces.

    Para él, las empresas, por su propio bien, debían asegurarse de que sus empleados pudieran pagar los productos que producían, para impulsar el consumo. Si bien el pago de salarios más altos podía reducir las ganancias temporalmente, a largo plazo ganarían más y la economía sería más sostenible.

    Ford estaba convencido de que los valores que habían hecho que su compañía fuera un éxito mejorarían el carácter de las poblaciones en cualquier otro lugar del planeta.

    El plan para Fordlandia era detallado

    Ford había crecido en una granja y, como a muchos, la nostalgia le hacía creer que no había nada mejor que los pueblos del medio oeste de Estados Unidos.

    Una vez se pudo construir, con diseño de cuadrícula, fueron apareciendo caminos de concreto iluminados por lámparas, casas prefabricadas en Michigan y organizadas en un barrio llamado Villa Americana para los estadounidenses -con agua corriente-, y otro para los nativos.

    Además, una piscina comunitaria, hospitales, escuelas, generadores, un aserradero, una torre de agua, así como tiendas, restaurantes, y hasta un salón de entretenimiento, en el que se presentaban películas de Hollywood y se organizaban danzas.

    Y por supuesto, una fábrica de caucho

    Desencantado con la sociedad burda que había emergido de ese capitalismo industrial que él mismo había ayudado a crear, Ford soñaba con construir un lugar acorde con sus ideales.

    Si bien a los trabajadores les ofrecía un buen sueldo, además de vivienda, salud y educación gratuita, tenían que ceñirse a lo que el dueño consideraba “valores estadounidenses”.

    El centro de la plaza

    Eso significaba desde horarios de trabajo de 9 a 5, como en Detroit, a pesar de que el calor en el Amazonas imponía otros ritmos, hasta edictos de comportamiento, que incluían una dieta estricta y la prohibición de bebidas alcohólicas.

    Con los pasatiempos, se hacía énfasis en la jardinería, el golf y quien quisiera bailar, lo podía hacer, siempre y cuando fueran bailes country de cuartetos.

    Ese trasplante cultural causó varios de los problemas que aquejaron a Fordlandia durante los 17 años que fue de Ford.

    Hubo frecuentes sublevaciones de los trabajadores, incluida una en diciembre de 1930 en la que el personal directivo tuvo que escapar en barco y apelar al dueño de la línea aérea Pan Am para que llevara en uno de sus aviones personal militar brasileño al área.

    Los administradores estadounidenses, por su parte, tampoco resultaron ser ideales: sus pocos conocimientos de todo lo que les rodeaba -particularmente de agricultura- los llevaban a cometer graves errores.

    La selva tropical le trajo la muerte a muchos

    En los primeros dos años, la ciudad tuvo numerosos gerentes. Algunos no pudieron adaptarse a las condiciones en el Amazonas y sufrieron crisis nerviosas.

    Hubo uno que se ahogó en el río en medio de una tormenta y otro que se fue después de que tres de sus hijos murieran de fiebres tropicales.

    La selva también reclamó víctimas entre los trabajadores brasileños que llegaron a realizar el sueño del magnate estadounidense.

    Y las plantaciones sufrieron el mismo destino que las que muchos otros habían intentado crear en esas tierras.

    La selva resultó más fuerte que el sueño americano

    El clima que hacía florecer los árboles también favorecía las plagas y enfermedades que habían evolucionado con el árbol durante milenios. La plantación en campos monocultivos los hacía más susceptibles a la infestación.

    Aunque la producción fue mejor en otra plantación llamada belterra, para lo que más sirvió el territorio de Ford en Brasil fue para alojar militares estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

    En 1945, los estadounidenses finalmente empacaron y se fueron a casa, dejando atrás a los fantasmas. Aunque nunca puso un pie en Fordlandia, Ford invirtió casi dos décadas y una fortuna en su sueño amazónico.

    La utopía de Ford fracasó y los residentes de Fordlandia, siempre con la esperanza de que su patriarca algún día visitara su ciudad industrial del Medio Oeste en medio de la jungla, se rindieron y se fueron.

    En estos días, Fordlandia, la llamada ciudad “estadounidense” donde vivían los gerentes y administradores está abandonada y cubierta de maleza. Las malas hierbas crecen sobre los bungalows de estilo americano, los murciélagos se posan en las vigas y los pequeños hidrantes rojos están cubiertos de enredaderas.

    Ford pudo domar el capitalismo industrial y trató de hacerlo con inconquistable Amazonas, pero sobrestimó su fuerza.

    Fuente: BBCMundo

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